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El plebiscito y el desafío de la adecuación
¿Somos los adecuados?
El plebiscito y el desafío de la adecuación
En Uruguay, el tema de la seguridad social ha generado un intenso debate, especialmente ahora que se han recogido las firmas necesarias para convocar un plebiscito durante las próximas elecciones nacionales. Este evento nos brinda la oportunidad y, a la vez, nos impone la responsabilidad de reflexionar profundamente sobre este asunto.
Tras leer un tuit de Paula Pereda que decía: “Aquello que creemos que el plebiscito es condenar a Uruguay económicamente por su inviabilidad, tendremos que ser muy responsables con la información que difundimos. Sobre todo, tener en cuenta que no todos somos técnicos y difundir implica bajar a tierra conceptos técnicos.” Es crucial simplificar los conceptos técnicos para que todos puedan entenderlos, me vi llevado a una reflexión más profunda. Me pregunté: ¿Estamos realmente capacitados para elegir una solución a un problema tan complejo y a largo plazo como la seguridad social? ¿Somos los ciudadanos los más indicados para tomar esta decisión?
Aunque soy plenamente consciente de que esto es parte de la democracia directa y no cuestiono su validez, sí creo legítimo preguntarnos sobre nuestra idoneidad para abordar este tema. Es bien sabido que, en general, no somos buenos para planificar a largo plazo, y esto es algo que nos cuesta especialmente a los uruguayos, quienes tendemos a ser aversos al riesgo y temerosos de la incertidumbre. Preferimos las certezas cómodas, aunque sean ilusorias, a las verdades inciertas.
Sin embargo, el núcleo del problema de la seguridad social es paradójico: somos nosotros mismos quienes lo hemos creado. Por lo general, se esperaría que los causantes de un problema fueran los más adecuados para resolverlo, pero a largo plazo, parece ser lo contrario. Esta paradoja surge porque el ‘yo’ que toma una decisión hoy no es el mismo que sufrirá las consecuencias mañana. Lo ideal sería que el ‘yo’ del futuro tomara la decisión.
Imaginemos, por ejemplo, que un grupo de niños de 8 años votara sobre los temas y la planificación programática de su año escolar; seguramente elegirían lo que les proporciona mayor felicidad en el momento, sin considerar las consecuencias a futuro. De esto se deduce que no son los más adecuados para tomar decisiones de democracia directa sobre estos asuntos.
Si nos remontamos al origen de la seguridad social, veremos que es un fenómeno relativamente reciente, surgido como consecuencia directa de las revoluciones industriales y lo que algunos denominan ‘capitalismo feroz’. Antes de estas transformaciones, la movilidad social era prácticamente inexistente: las personas nacían y morían en la misma posición socioeconómica. Con las revoluciones, la gente comenzó a acumular capital para mejorar su estatus y el de sus descendientes. Esto llevó a la concentración de población en ciudades donde no era posible adquirir tierras para heredar, y se reconoció que la capacidad de producción de una persona tiene un límite de edad. Fue entonces cuando la seguridad social se convirtió en un tema de debate.
Entendiendo esto, es evidente que la responsabilidad de planificar la vida después de dejar de trabajar recae en cada individuo. Pero, ¿qué sucede cuando alguien no se prepara adecuadamente para ese momento, ya sea por falta de descendencia que pueda ayudar, o por no haber podido o querido hacerlo? Ante estas preguntas válidas, algunas mentes previsoras comprendieron que la mayoría, ya sea por incapacidad o por malas decisiones, no ahorraríamos ni invertiríamos durante nuestra etapa más productiva. Por ello, se establecieron distintos criterios y métodos para, básicamente, obligarnos a ahorrar una parte de nuestros ingresos para el futuro.
Con todo esto en mente, ¿qué nos hace pensar que ahora seremos capaces de definir la solución a este problema? Reconociendo que somos los creadores del problema y que quizás no seamos los más adecuados para decidir, tal vez deberíamos hacer un llamado a la humildad. Podríamos esforzarnos por pensar a largo plazo e intentar que sea nuestro ‘yo’ del mañana, y no el de hoy, quien tome la decisión.

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