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¿Estabilidad o desarrollo?
Lo que franceses e ingleses nos dejaron.
Alejándome de las definiciones contemporáneas de izquierda y derecha, abordaré un tema más profundo y arraigado en el carácter de la sociedad uruguaya. A pesar de que la idiosincrasia y cultura de una sociedad son el resultado de un proceso largo y complejo, con múltiples variables, me propongo exponer una perspectiva interesante desde mi punto de vista.
Es conocido que la sociedad uruguaya ha sido fuertemente influenciada por Francia, desde la manera en que se gestionan los conflictos sociales hasta el sistema educativo y los ideales a alcanzar. Con un estado robusto y altamente burocrático que busca constantemente mantener los equilibrios y alcanzar una estabilidad casi obsesiva, a veces con una lentitud que resulta exasperante. La influencia de José Batlle y Ordóñez es evidente; su visión ha moldeado a la sociedad uruguaya, siendo el hilo conductor del desarrollo nacional.
Sin embargo, no somos solo un producto de la herencia francesa. Algunos pensadores han destacado la influencia de la revolución francesa en Latinoamérica solo en ciertos aspectos, señalando que Uruguay también recibió una gran influencia de la revolución norteamericana, especialmente en lo relativo a libertades religiosas, de expresión y búsqueda de progreso. Luis Alberto Herrera fue uno de los más claros en este sentido, como lo expresó en su libro “La revolución Francesa y Sudamérica”.
Además, Inglaterra, en su afán imperialista, también dejó una marca importante. Aunque no logró dominarnos militarmente, lo hizo a través de la diplomacia. El Imperio Británico envió a Lord Ponsonby para establecer la paz entre las Provincias Unidas del Río de la Plata y el Imperio de Brasil, proponiendo la independencia de la Provincia Oriental, creando el Estado Oriental del Uruguay en 1828 mediante la Convención Preliminar de Paz. Esto buscaba un estado neutral, equilibrado e inamovible, propicio para el comercio y el control.
Claramente, no nacimos como una copia de la revolución francesa ni como resultado de una lucha por la libertad en todos los sentidos como en Norteamérica. No podemos desconocer su influencia, pero nuestra esencia es ser neutrales, estables y adversos al riesgo y a la toma de decisiones. Nacimos bajo un mandato inglés, lejos de cualquier revolución.
La estabilidad no es necesariamente indeseable; es buscada en tiempos de caos e incertidumbre global. Sin embargo, ¿podrían nuestras virtudes también ser nuestra condena? Un artículo reciente en The Economist se pregunta: ¿Uruguay es demasiado estable para su propio bien?
Cito algunos fragmentos:
"La estabilidad está en el corazón mismo de la política uruguaya. Ambos candidatos la prometieron repetidamente. Una falange de analistas sostiene que es la gran virtud del país."
"La cultura de estabilidad y moderación de Uruguay es, por supuesto, loable, especialmente comparada con la región."
"Pero el enfoque de Uruguay en la estabilidad parece venir acompañado de una preocupante falta de urgencia sobre una serie de problemas arraigados."
Solucionar estos problemas no es fácil. El desarrollo implica tomar riesgos, decidir bien y con rapidez. Los gobiernos han intentado reformas, pero ante problemas graves de crecimiento, educación y delincuencia, los partidos políticos deben ofrecer más que las mismas soluciones de siempre. Comparar a Uruguay con su región problemática en lugar de con países desarrollados es aceptar la mediocridad.
El desafío es encontrar ambición y salir del radicalismo centrista. La lección de la última década en Uruguay es que la estabilidad por sí sola no es suficiente.
La estabilidad puede ser considerada tanto nuestra gran virtud como nuestra condena más significativa en la vida cotidiana y en el ámbito político. A menudo, nos encontramos ante una realidad en la que los desafíos que enfrentamos y las soluciones que se proponen dependen en gran medida de la acción de los políticos. Sin embargo, es fundamental comprender que, sin un cambio real en nuestra idiosincrasia, transformar el panorama político resulta casi inalcanzable. Esto se debe a que los políticos tienden a seguir el mandato popular y actuar conforme a lo que la mayoría desea. En el caso de Uruguay, es evidente que la mayoría de los ciudadanos no está en busca de grandes alteraciones en su sistema; en cambio, sostienen que el tamaño del estado es el adecuado para sus necesidades actuales y, en algunos casos, piensan que un estado más grande podría incluso mejorar la situación. Cambiar nuestra naturaleza profundamente arraigada se presenta como una tarea complicada, especialmente considerando la influencia que han ejercido sobre nosotros, a lo largo de la historia, tanto los franceses como, en particular, los ingleses, dejando un legado de estabilidad que nos caracteriza e influye en nuestra forma de ser y actuar. Esta dualidad de la estabilidad, por un lado, nos brinda un sentido de seguridad y continuidad, mientras que por otro lado, puede convertirse en un obstáculo para el cambio y la innovación que la sociedad podría necesitar en momentos críticos.
Pero siempre esta el mandato impreso en nuestro ADN: “Sé estable”
En un próximo artículo continuaré este tema, basado en los recientes ganadores del Nobel de economía: Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, quienes explican claramente por qué algunos países son ricos y otros pobres, y documentan que las sociedades más libres y abiertas tienen más probabilidades de prosperar.

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